Por Antonio Valero, Guiomar Calvo y Alicia Valero
Artículo publicado en agendapublica.es el 24 de junio de 2021
Hoy en día, tanto gobiernos como la sociedad en general ya han interiorizado el serio problema del cambio climático. El Acuerdo de París establece un marco global para evitar un cambio “climático peligroso”, limitando el calentamiento mundial a muy por debajo de 2 ºC, preferiblemente a 1,5 ºC, en comparación con los niveles pre-industriales.
A pesar del parón económico que ha supuesto la pandemia de la Covid-19, las emisiones globales actuales registradas en el observatorio de Mauna Loa en Hawai (EE.UU.) ya casi han alcanzado los 420 partes por millón (ppm) y el pasado mes de abril fue el más caluroso desde 1880. En unos pocos años, probablemente alcancemos la temida concentración de CO2 en la atmósfera de 450 ppm, lo que implicará que el aumento de temperatura global del planeta haya superado el grado y medio establecido como meta.
No nos queda más remedio que reducir urgente y drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero. Aunque tímidamente, los gobiernos ya han empezado a diseñar políticas de transición energética para limitarlas. Estas políticas implican, naturalmente, el uso de energías renovables, la irrupción del hidrógeno como nuevo vector energético y favorecer la movilidad eléctrica.
Sin entrar en discusión sobre si estas políticas se están llevando a cabo con la celeridad y rotundidad necesarias (algunos estudios estiman que, considerando las contribuciones previstas a nivel nacional reportadas, el aumento de temperatura superará ampliamente los 2ºC establecidos), hay un aspecto importante que se está ignorando reiteradamente.
Para fabricar todos los aerogeneradores, placas fotovoltaicas y vehículos eléctricos que en principio nos van a permitir reducir e incluso eliminar el uso de combustibles fósiles en nuestra sociedad, son necesarios una serie de elementos y materiales cuya producción está limitada a tan solo un puñado de países, en algunos casos, con unas normativas medioambientales y condiciones geopolíticas y sociales cuestionables. Pero antes de hablar del uso de metales críticos en las tecnologías renovables, hace falta definir brevemente qué son y dónde se encuentran.
Un elemento o material se considera crítico si cumple una serie de características: por ejemplo, si se usa en gran medida en un sector concreto (como pueden ser el litio o el cobalto en las baterías de los vehículos eléctricos) o si su extracción tiene lugar en unos pocos países (como las ‘tierras raras’, cuya producción se concentra fundamentalmente en China, o el tántalo, del que cerca del 40% se produjo el año pasado en la República Democrática del Congo). La Comisión Europea publica cada tres años un informe donde establece qué elementos son críticos para nuestra región y, por supuesto, estos tres que acabamos de mencionar se encuentran entre ellos, junto a otros como el indio, el cobalto, el niobio o el germanio, alcanzando un total de 30 materias primas críticas en el informe de 2020.
Las noticias sobre la exploración, puesta en marcha y explotación de minas de litio han conseguido poner a este elemento en el escaparate mundial. Como sabemos, se trata de un elemento crucial en las baterías de los vehículos eléctricos. Un solo vehículo puede llegar a contener entre siete y 11 kilogramos de este metal, y sólo en el año 2020 se extrajeron en el mundo algo más de 80.000 toneladas. A simple vista puede no parecer mucho, pero no lo es. Hay que tener en cuenta que con una tonelada de litio podríamos fabricar las baterías de poco más de 90 coches y esto, combinado con los datos de ventas anuales de vehículos, da cifras más que preocupantes en cuanto a la disponibilidad futura de este elemento, cuya extracción se concentra en Australia, Chile y China.
También hemos mencionado las ‘tierras raras’, un grupo de 17 elementos cuya complejidad reside entre otros motivos, en lo concentrada que está su extracción. Aunque el año pasado el 60% de la producción total extraída de estos elementos tuvo lugar en China, en años anteriores ha llegado a alcanzar valores cercanos al 90%. La potencia asiática, además, concentra casi la totalidad del procesado de tierras raras, por lo que la dependencia del mundo con este país es casi completa. A esto hay que sumar que se trata de un tipo de minería muy contaminante, que requiere gran cantidad de energía y productos químicos que, si no son correctamente gestionados, puede dar lugar a problemas muy serios de tipo medioambiental. Aun así, dependemos de ellas para muchas cosas, incluyendo motores o tecnología LED. Sin ir más lejos, en los imanes permanentes que podemos encontrar en los aerogenadores se emplea neodimio y, según el modelo, pueden tener varios cientos de kilos de este elemento, además de otros elementos críticos como el disprosio, junto con hierro y aluminio en grandes cantidades.
Del tántalo también se ha hablado mucho, un elemento crítico cuya extracción se concentra en la República Democrática del Congo. Aparece contenido en un mineral comúnmente conocido como coltán, mezcla de la columbita y la tantalita, que son nuestras principales fuentes de niobio y tántalo, respectivamente. El tántalo se emplea casi en su totalidad en dispositivos electrónicos; concretamente, en los condensadores y también en distintas partes del teléfono móvil como las lentes, baterías, microprocesadores, etc. Considerando que existen casi 14.000 millones de teléfonos acumulados entre 2007 y 2020 en el mundo, estos aparatos acaparan unas 600 toneladas sobre una producción mundial anual de escasamente 1.800 t. El niobio, por su parte, además de sustituto y complemento del tántalo, se utiliza en turbinas de aviación y otros materiales con muy altas prestaciones.
A esto habría que sumar el indio, el galio, el selenio o el teluro, empleados en la fabricación de distintos modelos de paneles solares, pero también en multitud de aparatos eléctricos y electrónicos.
Como podemos deducir, la producción actual de muchos de estos elementos críticos que se emplean en las energías renovables va a tener que aumentar para cubrir la demanda. Si tenemos en cuenta la evolución del parque móvil y la cantidad de paneles solares y aerogeneradores que se pretenden instalar de aquí a 2050, hay una serie de metales cuya demanda (y por tanto, extracción primaria) va a crecer considerablemente. Sin ir más lejos, según la Agencia Internacional de la Energía (IEA, 2021), en su escenario que cumpliría con los acuerdos de París, la demanda de litio se multiplicará por 40 de aquí al 2040, la de cobalto y níquel entre 20 y 25 veces y la de ‘tierras raras’ por siete.
¿Hay suficientes recursos para abastecer semejante aumento en la demanda? Para la Agencia Internacional de la Energía, el problema es muy serio porque con las minas actuales no se podrán cubrir todas las necesidades. Se espera una elevada volatilidad de los precios que puede poner en jaque a muchas economías y lo que es peor, la senda hacia la ‘descarbonización’.
Por tanto, es necesario explorar nuevos yacimientos y diversificar la producción para reducir la dependencia de materiales con unos pocos países, principalmente China. Sin embargo, nos enfrentamos ante grandes retos. En primer lugar, las menas más ricas ya han sido explotadas y van quedando las más diluidas y en lugares más remotos. El pico de producción de muchos minerales está ya cercano. La ley mineral de los yacimientos está decreciendo, por lo que el consumo energético y la cantidad de roca removida (y, por tanto, las emisiones e impacto ambiental ocasionado) están aumentando exponencialmente. Si hoy en día la minería emplea en su mayoría combustibles fósiles (y no se espera que en el corto plazo esto vaya a cambiar), no está claro que las emisiones globales vayan a disminuir tal y como se espera en los modelos de transición energética.
En segundo lugar, se tarda de media 16 años entre exploración y producción de un yacimiento, lo que implica que, si hoy no se invierte en las minas del futuro, difícilmente se podrá hacer frene al nuevo desafío.
En tercer lugar, cada vez hay más oposición a la apertura de nuevos yacimientos, principalmente en países desarrollados como en Europa. Se prefiere relegar la minería a terceros países por las consecuencias ambientales y sociales que genera. Sin embargo, no se es consciente de que la minería es y será fundamental para alimentar la transición energética y digital. En definitiva, la dependencia del carbón, petróleo y gas natural se va a transformar en una dependencia en litio, ‘tierras raras’ o tántalo, entre otros muchos minerales que hoy por hoy no se reciclan. Este problema se agrava si consideramos las consecuencias sociales y ambientales que acarrea la minería y la enorme complejidad y opacidad de cadenas de suministro altamente globalizadas.
La criticidad de los materiales debe ser, por tanto, una prioridad de todas las instituciones. Europa no sólo no tiene apenas materias primas críticas, sino que ni siquiera puede competir con China en cuanto a tecnologías. Los problemas de escasez ya se han hecho patentes con el desabastecimiento de semiconductores (fabricados con materias primas críticas), amenazando la industria del automóvil o de los electrodomésticos, entre otros.
¿Qué nos queda entonces? La respuesta es basura tecnológica. Esta basura, que hoy es un problema, es en realidad una oportunidad para reducir nuestra enorme dependencia de materias primas con terceros. La transición energética debe ir de la mano de la llamada economía circular. Sin embargo, hoy en día las tecnologías de reciclado de esos materiales escasos son prácticamente inexistentes. Además, los productos no se diseñan ni para reciclar ni para durar, por lo que la recuperación de sus partes valiosas se hace inviable técnica y económicamente. Los gobiernos deben impulsar compañías de recuperación de materias primas críticas, promover canales sólidos de recolección y establecer mecanismos legales para que los productores sean responsables de sus productos, evitando la obsolescencia programada, alargando la vida de los productos y eco-diseñándolos para recuperar sus materiales críticos al final de su vida útil. Al mismo tiempo, deben eliminar las barreras administrativas que están imposibilitando que los residuos se conviertan en recursos.
Dicho esto, si el consumo sigue aumentando, aun mejorando sustancialmente las ratios de reciclado jamás podremos prescindir de la minería. Deberemos, por tanto, exigir que la minería sea lo más respetuosa posible con el medio y con la sociedad y los habitantes afectados y el territorio deberá ser compensados/repuestos con una visión intergeneracional.
Pero, sin duda, la medida más efectiva y que hay que acometer cuanto antes es la de reducir drásticamente el consumo. Un aumento exponencial de la extracción de recursos es simple y llanamente incompatible con un planeta finito.